A quienes trabajamos en la comunicación y el periodismo, muchas veces nos preguntan dónde o cómo perdimos la vergüenza a hablar en público. Algunos confiesan que aún la pasan delante de un micrófono; otros hablan de sus primeras prácticas; y hay quien explica su afición por el teatro o cualquier actividad similar. Yo suelo hacer una mezcla de todo ello y añado, además, que la primera vez que me puse delante de un micrófono con público fue… en preescolar. En Larraona.

Clásico festival navideño. Merche Moreno prepara un “guión” al que, si lo analizó ahora, le veo ciertos toques de Berlanga. Un Belén viviente pero al que llegaban hasta pamplonicas del encierro. Un cándido disparate. Y, en el reparto de tareas, se encuentra con la necesidad de dos presentadores-narradores. Ella era Magdalena, que poco tiempo después se marchó del cole (spoiler: no, aquella función navideña no tuvo nada que ver); y el otro… era yo.

Para nuestros 4 añitos recién cumplidos, teníamos bastante papel. Y, encima, no sabíamos leer… así que había que memorizarlo. Al modo papagayo. Mis padres me repetían el texto una y otra vez. Recuerdo que lo grabamos en casa, en una cinta cassete, para ponérmelo e ir repitiéndolo. Qué mérito aquellos padres. Por si fuera poco, se sumaba el vestuario. Menos mal que en mi caso era sencillo: pantalón negro, camisa blanca y una pajarita en una cartulina satinada brillante.

Y así me planté yo, en el salón de actos del colegio. De pie, delante del micrófono, arrancamos mientras todos mis compañeros (salvo San José y la Virgen María, claro) aguardaban tras el telón que creo recordar granate.

“Buenas tardes, somos los niños de la señorita Merche…”

Así empecé, ante aquel micrófono, con ese gusto por el escenario que me ha llevado al teatro, a la radio, al doblaje, a la televisión. Y ahí empecé también con dos sanas costumbres. La primera fue no importarme demasiado lo que opinen los demás: Merche Moreno aún recuerda que el niño de 4 años, ante unas risas a destiempo, estuvo a punto de irse del escenario. “Pero… ¿de qué se ríen?”.

La segunda cosa que aprendí es que, antes de ponerte frente a un micro, es mejor vaciar la vejiga. Merche también recuerda mis ganas, en medio de la función, de ir al servicio. Gajes del oficio, supongo.

Javier Domínguez – Promoción XXIII