La montó Carlos Pagola en la sala más pequeña del pasillo de la capilla y secretaría. Con un puñado de libros, un pupitre con un fichero metálico y mucha ilusión.

Recuerdo cómo nos agolpábamos en el pasillo, al salir de clase, en una fila en la que siempre había broncas porque alguno quería colarse. Todos pugnando por llegar los primeros antes de que se agotaran los ejemplares más codiciados: Los Cinco, libros de Julio Verne o Tolkien, cómics de Tintín y de Astérix, una colección que explicaba cómo funcionaban las máquinas y motores…

Una vez dentro, nos arrodillábamos ante aquel armario de madera abarrotado de libros, nos apañábamos para ojear rápidamente las primeras páginas, y elegir rápidamente los que te podías llevar (¿eran dos cada vez?); luego pasábamos al pupitre donde Carlos apuntaba minuciosamente en su fichero el curso, nombre del libro y fecha.

Y salíamos al pasillo, para mostrar orgullosos el tesoro encontrado a los que aún estaban en la fila, terminando el bocata de la merienda mientras esperaban su turno, rabiados porque se les había escapado Astérix en Hispania o El pequeño Nicolás.

Una semana más tarde estaríamos de vuelta allí, «avísame cuando lo vayas a devolver y bajamos juntos para que lo coja».

Qué buenos ratos….parece que hace un siglo, pero esos momentos han marcado nuestra vida de lectores. Gracias Carlos, por plantar esa semilla. Sería bonito tener una foto de aquella biblioteca, seguramente allí no entró una cámara.

La foto sólo permanece grabada en nuestra memoria.

Óscar Góngora – Promoción XVII