Cuando pasamos de Párvulos a EGB nos subieron al primer piso y nos soltaron en el recreo de “los mayores”. Y claro, todas las porterias de futbol y futbito estaban cogidas, incluso los rincones mejores para jugar a futbol con un par de mochilas o un montón informe (y desplazable a voluntad del portero) de abrigos.

Así que los de 1ºA tuvimos que buscarnos un campo de futbol, y nos fuimos al borde del patio, hacia un par de postes del tendido de alta tensión que se presentaban como la cancha perfecta. Uno era de hormigón (la blanca) y el otro de madera oscurecida por la humedad (la negra). Los carteles con calaveras anunciando “Alta tensión – Peligro de muerte” nunca nos preocuparon. Sólo veíamos ahí dos porterías. Con la gran ventaja tecnológica añadida de que los porteros no podían estrecharlas. Los límites del campo quedaban claros, la valla por un lado, el campo de los mayores por otro.

Los equipos los formaban, con el reconocído método de selección de “Oro, plata,” los dos mejores futbolistas de clase. Hacia el final iban quedando los malos, que serían defensas, y el último en ser elegido era el portero, “¡pero al primer gol me cambiáis!”

Lo siguiente era un apasionante derby libre del 4-4-2 o el dichoso fuera de juego. Todos a lo loco a por la pelota y a intentar meter gol. Sobre todo cuando algún defensa se despistaba dando un mordisco al bocata.

Si se iba lejos, ya se sabe, la Ley de la Botella, el que la tira va a por ella. A la que podía contraponerse la Ley del Vaso, el que la tira no hace caso. Y ya la teníamos montada.

Los marcadores raramente bajaban de 10 goles por equipo, y las plantillas no solían terminar con los mismos componentes que habían empezado. Porque alguno “se cambiaba”, cosa que estaba muy mal vista pero sucedía a menudo.

El pitido final era la sirena, llamándonos a clase. Aunque si el partido estaba empatado, “¡el que meta gana!”, una muerte súbita que ponía en riesgo llegar a tiempo a tercera hora.
Aun quedaba por ver quién subía el balón, solía ser el útlimo en tocarlo, así que lo esquivábamos mientras subíamos la escalera….más de uno tuvo que bajarse 2 o 3 pisos a por el balón que nadie reconocía haber rozado.

Agotados, sudados, felices, nos sentábamos en clase discutiendo aun si aquel tiro habia sido alta o no, y pensando ya en seguir al día siguiente.

Hasta que llegaron las excavadoras para abrir camino a Pedro I….pero esa es otra historia.

Óscar Góngora – Promoción XVII